La democracia, esa forma de gobierno a la cual todos apostamos, demanda, requiere, exige individuos albafetizados. El ejercicio pleno de la democracia es incompatible con el analfabetismo de los ciudadanos. […] No es posible seguir apostando a la democracia sin hacer los esfuerzos necesarios para aumentar el número de lectores (lectores plenos, no descifradores)

Las palabras son las tejedoras de mundos, de mentiras, de amores, de ideas. Con ese inmenso poder, no tenemos más remedio que aprender a usarlas, apropiarnos de ellas —aunque se nos resbalen entre los dedos, aunque nos “muerdan desde debajo de la mesa”, como decía Cortázar—, a dejar que nos consuman —pues a veces lo hacen—, que nos intervengan y que nos transformen. Nuestro mundo, hecho de palabras, de discursos, nos mueve a entender su lenguaje, su funcionamiento, todo el iceberg que no alcanzamos a ver y que aguarda por nosotros bajo el agua, esperando que lo descifremos.

En esta relación con las palabras y con la responsabilidad que tenemos hacia ellas, me declaro amante lectora, tejedora de escrituras aficionadas y acompañante del proceso de comprensión de este poderoso tejido. El arte de las palabras y los lenguajes múltiples del arte son otras de mis aficiones: las tablas, los colores y los infinitos medios que inventamos para acercar nuestros mundos internos, para expresarnos y para transformar realidades.

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